furia diplomática

Una norma política de 358 artículos, multitud de protocolos adicionales y demás disposiciones transitorias no tiene pinta de liberal. Me parece impepinable.

Yendo a lo material, el Tratado sobre la Unión Europea y el Tratado sobre el funcionamiento de la Unión Europea, que componen lo denominado como Tratado de Lisboa, me plantean dudas tremendas sobre su funcionalidad como eventual catalizador de la competitividad y el libre comercio. Desde luego, mi negativa al modelo europeo es conceptual. La Unión tal y como ha sido concebida y desarrollada no es sino un freno al mercado libre, un órgano supraestatal de dudosa legitimidad que tanto se dedica a regular el contenido de las etiquetas de los yogures (fabulosa aportación al pensamiento occidental de un cícloPPe santiagués al que los dos cabezaspensantes de FD bien conocemos) como a formar peñas del Real Madrid formadas por euromangantes, usease diputados de la cosa, de todas las razas y nacionalidades. Lo de razas no es ninguna licencia, sino que hay un eurodiputado popular español de etnia gitana que figura entre los fundadores de la agrupación merengue.

Conociendo un poco el caso irlandés motu proprio, no sé hasta qué punto el "milagro", el "tigre celta" y demás denominaciones dependen de los fondos de cohesión recibidos en el país esmeralda o de un sistema económico basado en la liberalización de prácticamente todos los servicios -en Irlanda no hay televisión pública, ni siquiera Hacienda pública es tal sino que existe una empresa llamada Revenue concesionaria de las actividades tributarias de la Tax Office (equivalente al Ministerio de Hacienda, que allí es meramente un órgano contencioso)-.

El modelo de mercado irlandés ha crecido en muy buena medida acorde a la eliminación del suelo público y de casi la totalidad de normas urbanísticas que en otros países encarecen la tierra de forma estratosférica -véase España-. Allí no existe un porcentaje de terreno obligatoriamente a ceder al Estado para uso público, como es en nuestro país y además en un 5-20%.

No estudio económicas, no realizaré un examen muy exhaustivo por no haber examinado con todo detalle el tratado, pero un cotejo de los capítulos que lo componen me hacen temer que es un trágala para extender las áreas de competencia de los órganos comunitarios, con el consiguiente aumento de regulaciones y gravámenes impositivos que lastran el margen de maniobra de los países europeos. Asimismo, instituciones como las Plataformas Tecnológicas Europeas se vislumbran delirios intervencionistas para implantar por obra y gracia de la sapientísima burocracia que, al menos en el medio plazo, originarían una merma en la competitividad del continente en sectores clave como la industria farmacéutica.

No veo a Europa como adalid de la libertad, sino como la intervención estatal elevada a una potencia todavía más perniciosa. Porque si no me fío de los políticos españoles, menos me fío de los cadáveres -borreles, almunias, iturgaices- que enviamos a cobrar dietas a Bruselas.

Querido Inkisitor, así pues, la apertura comercial, la ausencia de trabas económicas, es la vía para la prosperidad. La UE de las PAC y demás proteccionismos no me despierta ninguna seguridad.